por Andrea Rodríguez Antón
Es complicado imaginar la dureza de la vida en un campamento de refugiados hasta que no estás allí.
Aún así es muy difícil hacerse a la idea de pasar 44 años en la durísima hamada argelina esperando a un acuerdo que te permita volver en paz a tu tierra, y que está siendo sistemáticamente bloqueado. Por ello, a veces no es sencillo saber si lo que haces allí es útil, necesario y mil preguntas te bombardean la cabeza.
Con AMANAR hemos intentado acercar la astronomía al alumnado y profesorado saharauis transmitiendo nuestra motivación por la ciencia y creo que en la mayoría de casos hemos conseguido hacer llegar el mensaje, despertar cierta curiosidad por el cocimiento del universo, responder preguntas y cambiar las dinámicas cotidianas por un día haciendo ciencia a través del juego. Además, hemos intentado trabajar siempre desde la escucha, atendiendo a sus conocimientos, sus necesidades y a todo lo que han querido compartir.
Se podría decir que AMANAR es un proyecto de intercambio. Hemos dejado algo de nuestro conocimiento y motivación por la astronomía, pero volvemos con una visión más amplia de la situación social y política y con un pedazo de la inmensa sabiduría saharaui sobre la naturaleza, el cielo – imprescindibles para la supervivencia en un territorio tan hostil como es un desierto- y sobre la vida. Un conocimiento en riesgo de desaparición por la transformación de los modos de vida tradicionales, en gran
parte de manera forzada, que hacen que todo ese bagaje cultural se vaya diluyendo si no se toman medidas urgentes. Como nos dijo Mohammed Ali, director del Centro de recuperación de la memoria oral saharaui, “cada vez que muere un anciano, muere un libro”.
Por todo esto, si hay algo que podemos sacar en claro es que estamos empezando algo mucho más grande que dé continuidad a todo lo que hemos iniciado durante este viaje.